Hoy en día las modernas cetáreas, ahora llamadas viveros de marisco, no necesitan estar junto al mar pues las nuevas técnicas permiten la creación de espacios particulares para el desarrollo de las especies que en ellos crecen. Pero hace décadas la realidad era bien distinta y por eso era necesario aprovechar el agua del mar para el sustento de las especies marinas que en las cetáreas se criaban.
Una de las especies de mayor valor culinario era la preciada langosta que era exportada a diversos puntos de la Península. Por eso en el litoral atlántico de A Guarda existen restos de varias de estas construcciones que ahora ya son centenarias y que en la segunda década del siglo XXI fueron unidas por una ruta conocida como Ruta das Cetáreas.
Una de ellas es la cetárea de A Redonda que da nombre a la Cala da Cetárea en dónde se localiza. También era denominada como Laxe da Can. Data de finales del siglo XIX (1895) y para su construcción era necesario esperar a la bajamar pues no podían ser accesibles cuando la marea estaba alta. Originalmente ocupaba una extensión de 536 m2 y el granito de buena cantería era el material principal que era reforzado con cementos de la época. La fuerza del mar causaba grandes y frecuentes destrozos en sus muros de forma muy habitual.
Su funcionamiento era muy simple ya que durante la pleamar el agua del mar entraba en el recinto cerrado para luego salir durante la bajada de las mareas. Así se conseguía mantener vivo los crustáceos como langostas, lubrigantes, bueyes de mar, nécoras, centollas e incluso camarones.
Muy interesante, desconocía estas técnicas de producción y recolección marinas.