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Restos del Castillo de A Picaraña

El monte de A Picaraña consta de dos elevaciones que se encuentran muy próximas entre sí. En una de ellas, el más bajo de 358 m, se erige una cruz que en el año 2012 ha sido reformada. A un poco más de 200 m al norte se levanta otro curuto que supera en 27 m la altura del primero. Sobre este se levantó en sus días una fortaleza desde la cual Pedro Madruga, enemigo de los Sarmiento, se dedicó a vigilar con deseo el Castilo de Villasobroso, el cual anhelaba con toda sus fuerzas y que se encuentran a menos de 2 km. El Conde de Camiña (Pedro Madruga) se hizo fuerte en esta fortaleza junto a cinco mil soldados y mil caballeros.

Aún así fue incapaz de hacerse con el ansiado castillo del Sobroso, una de las pocas fortalezas del sur de la provincia de Pontevedra que Pedro no conquistó. Es posible que Pedro Álvarez de Sotomayor construyera el castillo sobre un emplazamiento mucho más antiguo, de épocas alto medievales, ya que el lugar es un punto estratégico sin igual en toda la comarca, desde él se divisaba muchos de los posibles «castellum» del suroeste de la provincia de Pontevedra. Pero para Pedro Madruga era mucho más que un punto estratégico, era el lugar idóneo para poder vigilar todo lo que sucedía en el castillo del Sobroso y en sus inmediaciones.

Para llegar basta con seguir el camino que asciende por detrás de la curiosa capilla y que se convierte en una pequeña senda. Pronto nos damos cuenta del pasado histórico que el lugar esconde. Una infinidad de «tégulas» y cerámica de distintas composiciones se reparten por todo el lugar. Las enormes rocas graníticas del lugar, características de muchas zonas de O Condado, dan forma a numerosas cavidades y oquedades óptimas para el escondite y en algunos casos para almacenamiento de víveres e incluso para el agua, en forma de aljibes. Un poco más arriba nos sorprenderán la cantidad de sillares, un poco irregulares, esparcidos por la ladera junto a unas escaleras de piedra.

Arriba veremos los restos de la caseta de una antena de radio, la cual transformó ligeramente el yacimiento. Esta zona presenta síntomas de haber sido allanada artificialmente para formar una zona más espaciosa junto a las grandes rocas que ocupan el alto. Prueba de ello son los restos de una vieja muralla que mantenía a nivel el terreno. Se puede ascender mediante una escalera labrada en la misma roca donde echó a volar el caballo de la leyenda del caballero cristiano en su huida del ataque de los moros. Unas muescas labradas en la roca parecen convertir la leyenda en realidad. Cerca de ellas se aprecian diversos rebajes para sujetar los sillares irregulares que conformaban la fortaleza. Desde esta roca se apreciaba con claridad el ansiado castillo del Sobroso que se situaba a menos de 2 km de aquí. Debajo de esta gran roca se localiza un lugar muy curioso.

La piedra hace de cubierta de un gran refugio natural que se encuentra justo en frente a Sobroso. A este refugio se accede descendiendo sobre la muralla antes citada. Es posible que incluso el área fuera modificada y algo excavada para su mejor uso. Es fácil imaginar al codicioso Pedro Madruga pasándose noches en vela y observando desde aquí el ansiado castillo del Sobroso y maquinando para saber cuál era el momento ideal para su ataque. Recordemos que el sobrenombre de «Madruga» viene de la costumbre que tenía de atacar por la noche a sus contrincantes. Merece la pena recorrer todo el lugar y observar, sobre todo, las curiosas formas de las rocas y del terreno.

Sin embargo esta fortaleza no muestra rasgos de haber sido un verdadero castillo medieval, como lo pudo ser el cercano de Miravel, sino más bien una fortaleza creada para la ocasión, asentada sobre una más antigua. Se cree que los Reyes Católicos pusieron punto y final a este emplazamiento histórico del que muy poco sabemos.

Además es probable que el hombre del paleolítico ocupara esta zona por sus buenas condiciones de abrigo que ofrece. Muy cerca, junto a la carretera N-120, se sitúa la Pena de los Namorados, que fue un emplazamiento paleolítico y posteriormente de la Edad de Hierro, como lo demostraron el hallazgo de hachas férreas y la existencia junto a la piedra de un poblado castrexo, hoy casi olvidado y nunca estudiado, del cual han hecho buena cuenta unas cuantas edificaciones que «pisan» de lleno el recinto galaico.

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